“Nos prometimos que la distancia no dolería, que el tiempo pasaría rápido. Pero en cada despedida, algo de nosotros se quedaba atrás.”
Nos reímos como si el tiempo no importara,
como si el reloj no estuviera marcando
el momento de irnos.
Nos abrazamos
con la certeza de un “hasta pronto”,
pero con el miedo
de un “quizás nunca más”.
La estación era testigo,
los autos seguían su rutina,
mientras nosotros fingíamos
que todo seguía igual.
Pero lo supimos.
Lo supimos en el nudo en la garganta,
en la forma en que nuestras manos
se soltaron demasiado lento,
en el último vistazo
antes de cruzar la puerta.
Nos despedimos una vez,
pero en el fondo,
nunca dejamos de hacerlo.